Leyenda: La Leyenda del Torreón de las Encantadas se sitúa a finales del siglo XIII, sobre el año 1270, cuando los árabes dominaban toda la península Ibérica y, por tanto, también nuestro pueblo.
Abben Xumanda era un poderoso y acaudalado moro instalado en Saviñán, propietario de una gran parte de las tierras del pueblo, entre ellas las que hoy conocemos como Jumanda, que de él tomaron el nombre. Abben Xumanda era viudo y tenía tres bellísimas hijas llamadas Papatona, Mariona, y Josefona de veinte, dieciocho y dieciséis años. Vivían en un palacio en la orilla del río, en el barrio de la Morería, a la entrada del pueblo, hoy conocido como “La Señoría”.Todas las tardes tres apuestos jóvenes cristianos merodeaban por los alrededores del palacio para coquetear con sus hijas. Entre coplas, risas y amoríos se enamoraron profundamente. Mantuvieron su amor en secreto pues sabían que a Abben Xumanda no permitiría el romance de sus hijas con tres cristianos, y menos todavía si eran humildes labriegos. Abben Xumanda pronto se enteró. Pero lo que no podía esperar es que tan apetecibles herederas se vieran a escondidas con tres jóvenes cristianos, que además de no poseían ninguna hacienda trabajan para él.
El padre, dispuesto a cortar de raíz aquellos nada ventajosos amores, decide alejar a sus hijas de Saviñán, utilizando los servicios de su criado Rodrigo. Las envía lejos del pueblo a un torreón de su propiedad situado en un pequeño cerro, entre las tierras de Trasmont y Mingorrea, cerca de El Frasno. Sorprendidos los enamorados por la repentina desaparición de sus amadas, comienzan a buscarlas sin éxito. Así pasa el tiempo, pensando los jóvenes ya que sus tres amadas estarían lejos de allí, en algún lugar de Oriente, junto a sus lejanos familiares. Sin embargo no era así. En el Torreón las jóvenes veían pasar sus días entre cuatro paredes, dedicadas a sus aficiones y recuerdos, y solo por la noche los guardianes les permitían salir a tomar el fresco de los montes en las almenas o ir beber agua fresca al cercano riachuelo.
Un día, un cazador que rastreaba en las cercanías de la torre, oyó una melodiosa voz filtrándose a través de los muros. Se acercó sigilosamente y pensó acertadamente que aquél podría ser el cautiverio de las jóvenes. La noticia se divulgó por el pueblo rápidamente llegando a los oídos de los enamorados. Sin perder tiempo se reúnen con ellas en el Torreón, pese a la oposición en un principio de Rodrigo, el criado de Abben Xumanda, que al ver el gran amor que se profesan no fue capaz de impedir el reencuentro. Abben Xumanda, estuvo engañado durante un tiempo. No conocía que su secreto había sido desvelado. Al final todo se sabe, y se entera de la situación. Ordena sin perdida de tiempo a sus mejores soldados apresar a los jóvenes cristianos, para que fueran traídos a las mazmorras de su señoría. La noche de San Juan llegan los soldados al torreón sorprendiendo a los jóvenes con sus amadas. Desgraciadamente en la persecución resultan muertos. Las tres moricas al enterarse, escapan del lugar horrorizadas desapareciendo entre los montes.
La noticia del trágico desenlace llega a Abben Xumanda, que al ver la llegada de los tres jóvenes cuerpos sin vida y enterarse de que sus hijas habían huido llora amargamente. Se arrepiente de la decisión de oponerse a los amores y encarga a Rodrigo que permanezca siempre vigilante en el torreón por si un día sus hijas regresan.
No sabemos a ciencia cierta si las jóvenes regresaron. Algunas historias sostienen que sí, que a la llamada de Rodrigo volvieron a ocupar las estancias de la atalaya, pues se habían escondido en una gruta que existía en la base del torreón que comunicaba por túneles Saviñán y El Frasno. No abandonarían nunca ya sus muros, viviendo en la única compañía de su fiel servidor y de tres palomas que pidieron les trajese en recuerdo de sus tres amados. Abben Xumanda lloró hasta el fin de sus días la desaparición de las doncellas. Cada año, el día de San Juan, acudía a la torre en recuerdo de sus hijas y sus amados. El apenado padre creía reconocer los espíritus de sus desaparecidas hijas en las tres palomas que revoloteaban por el torreón.
Otras historias nos cuentan que las jóvenes murieron de dolor al conocer el asesinato de sus amantes, y que en verdad hoy el alma de las doncellas, son las tres palomas que pueden ser observadas la noche de San Juan. Desde entonces, el torreón tiene fama de estar encantado y se dice que en el día de San Juan las palomas recobran su primitivo ser. Algún labrador llegó a oír dulces cantos, suspiros, risas y quejas, y aún ver a las tres doncellas bañarse en el riachuelo que corre al pie del torreón, y también coger la malva blanca para que florezca en Navidad.
Si queréis podéis comprobarlo en las noches de San Juan. Y si no vierais a las doncellas, tal vez oigáis el frufrú de sus ricos vestidos, sus quejas y suspiros, o sus risas en el pequeño riachuelo. O tal vez veáis a sus tres espíritus convertidos en palomas revoloteando alrededor del Torreón de las encantadas. Sus muros guardan la esencia de esta romántica y trágica leyenda.
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